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miércoles 18 de junio 2025
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Cómplices o “Normalizadores”, por Elsa Muro

 

 

 

Venezuela se ha convertido en una sociedad de cómplices, como ya lo advertía Tomás Lander en 1872. Esta complicidad no se manifiesta solo en la participación directa en negociados, en el aprovechamiento de los recursos públicos en perjuicio de la población, ni en la perpetuación de privilegios por parte de las nuevas familias cercanas al régimen . También se expresa —y de forma aún más grave— en el silencio ante la corrupción y los abusos criminales del poder.

Por: Elsa Muro

La complicidad nace del silencio. Comprendemos que muchos callan por miedo a la persecución, al escarnio público o a las represalias personales y familiares. Pero el temor no exime: sigue siendo complicidad.

Los gremios profesionales callan. Por ejemplo, el colegio de economistas guardan silencio ante la persecución de sus miembros, ya sea por razones políticas o profesionales. Ambas formas de represión son igualmente dañinas y condenables. Es tan pernicioso que se persiga por motivos ideológicos como por emitir opiniones técnicas que alertan al gobierno sobre el desastre económico al que nos aproximamos, una crisis agravada por la ausencia de políticas fiscales oportunas y responsables.

Lo mismo ocurre con las universidades. Salvo excepciones, como algunas asociaciones de profesores, la mayoría ha permanecido muda frente a la persecución de sus docentes. Estas denuncias aparecen en medios internacionales, pero se ocultan en los noticieros locales.

Particularmente cobarde es la postura de las organizaciones empresariales, que se vanaglorian de buscar el “diálogo” con el gobierno, justificando su posición como un intento de proteger intereses privados frente a posibles represalias. Afirman que su deber es evitar choques con el poder, en lugar de representar con dignidad y firmeza a quienes dicen defender.

Resulta doloroso ver a quienes, en el pasado, sostenían una postura ética inquebrantable ahora rendirse ante quienes antes criticaban, todo por ocupar cargos transitorios de escasos meses. Lo hacen sin rubor, en nombre de una supuesta “responsabilidad institucional”.

No sabemos cómo juzgará la historia esta complacencia, esta forma pasiva de enajenación disfrazada de diálogo. Porque el diálogo, en su verdadero sentido, solo es posible entre partes iguales, con un marco institucional legítimo, aceptación mutua de los resultados y una voluntad real de buscar soluciones. Sin estos elementos, no hay diálogo posible.

Nadie puede ofrecer diálogo en estas condiciones. El diálogo no es para evadir conflictos ni para evitar ser “agresivos”. Es una herramienta para encontrar soluciones democráticas a una crisis que nos arrastra cada vez más hacia el abismo. Su objetivo es evitar enfrentamientos fratricidas, no alargar la agonía del régimen ni ofrecerle oxígeno político.

Pío Gil escribió Los felicitadores como una crítica a los aduladores del régimen de Cipriano Castro, quienes ofrecían halagos y reconocimientos inmerecidos a cambio de prebendas. Se trataba de lo peor del ejercicio del poder. Décadas después, Edecio La Riva Araujo escribió un elogio a la adulancia, confirmando que el servilismo tiene larga vida en nuestras élites.

Puedo imaginar —aunque me tilden de vejuca o trasnochada— que en los años por venir alguien escribirá Los normalizadores, o Crónicas de una egoísta complicidad. No será una obra en l que aparecerán los andinos, ni retratados el círculo de Valencia, ni por los caraqueños advenedizos y rentistas. Allí aparecerán dirigentes empresariales, algunos con pretensiones monárquicas; miembros de gremios profesionales; representantes de partidos políticos y asociaciones de la “sociedad civil”, todos retratados con crudeza, tristeza y vergüenza. Serán mostrados como parte de esta nueva sociedad normalizadora, que bajo el disfraz del pragmatismo, ha optado por la sumisión para poder “evolucionar” dentro del régimen.

Soy, con vehemencia, partidaria del diálogo. Pero de un diálogo correctivo, no oxigenador. Creo en los mecanismos para alcanzar acuerdos. Como conciliadora, creo en la búsqueda de entendimientos para superar la crisis. Lo que no puedo aceptar es la connivencia, la complicidad y el servilismo de quienes, bajo la bandera del diálogo, solo contribuyen a normalizar la destrucción.

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