En textos anteriores hemos reflexionado sobre los estragos que causa la improvisación en la vida pública; desde la economía hasta la política, los atajos han reemplazado los proyectos, y las maniobras han sustituido a la planificación. Hoy, esa constante se expresa con claridad en lo que podemos denominar el aventurerismo político, un patrón que atraviesa a los dos polos fundamentales de la vida nacional.
El aventurerismo se caracteriza por el impulso de medidas, discursos o acciones que nacen más de la urgencia coyuntural que de un proyecto de Estado. Es la política entendida como apuesta de riesgo y no como ejercicio de responsabilidad. Cuando un país se conduce bajo esta lógica, se convierte en un terreno de ensayo y error donde lo que prima no es el bienestar ciudadano, sino la capacidad de sobrevivir en el corto plazo, y cuando se alarga el periodo se alargan lo ciclos.
En el poder, el aventurerismo se ha manifestado en la falta de coherencia estratégica, es decir, en la realización de giros abruptos en el modelo económico y en la creación de instituciones concebidas para resolver la coyuntura y no para sostener la democracia. Ambas son simplemente narrativas que privilegian la épica sobre la eficacia. El resultado de estas acciones es un sistema debilitado, con reglas flexibles al capricho de la circunstancia y, por ende, sin horizonte estable.
En la oposición, por su parte, el aventurerismo ha tomado la forma de expectativas sobredimensionadas que han llamado a cambios inmediatos sin correlato real de fuerzas, al surgimiento de liderazgos más atentos a la oportunidad del momento que a la construcción paciente de consensos y a la aparición de promesas que en lugar de movilizar a largo plazo terminan desgastando a la ciudadanía.
La consecuencia de este doble aventurerismo es devastadora: un pueblo que siente que la política se mueve como una ruleta y el surgimiento de un espacio donde nada parece sólido ni confiable. De allí proviene la desafección ciudadana, la abstención recurrente y el desencanto colectivo frente a las instituciones y a los liderazgos.
Venezuela necesita superar este ciclo. Así como en otros momentos históricos se apostó por la construcción paciente de la democracia y se logró conciliar entre lo social y lo político, hoy es imprescindible sustituir la apuesta improvisada por la visión responsable. La reconstrucción democrática no se logrará por atajos ni por aventuras puntuales, sino por la recuperación de la confianza, la solidez institucional y la ética del compromiso.
El aventurerismo político es, en definitiva, el espejo donde se refleja nuestra crisis actual: un país atrapado entre maniobras y atajos que no ofrecen salida. Reconocerlo es el primer paso para trazar un camino distinto, uno que reemplace la improvisación, los proyectos personales por proyecto sólidos y colectivos, el cálculo de corto plazo por visión de futuro y el oportunismo por la responsabilidad histórica de quienes pretenden conducir a nuestra nación. Abandonar el camino fácil de las aventuras políticas es el verdadero fin; reconduzcamos la vía de salida hacia el camino democrático, lleno de oportunidades y de reconstrucción social.
@freddyamarcano