“El repliegue del Cártel de los Soles hacia la frontera no es defensa de la patria, sino confesión de vulnerabilidad: un narcoestado que se atrinchera en la zona binacional para prolongar su ocaso”.
Cuando Vladimir Padrino López, ministro de Defensa del régimen narcoterrorista de Nicolás Maduro, expuso el último despliegue de tropas hacia la frontera colombo-venezolana, lo presentó como un signo de firmeza y capacidad de resistencia. Pero bajo la superficie de ese gesto se esconde otra lógica: no la de la ofensiva, sino la del repliegue.
Desde una mirada estratégica clásica, este tipo de movimiento no anuncia fortaleza sino la conciencia de una vulnerabilidad. Al trasladar la mayor parte de sus fuerzas a la periferia, el régimen no busca derrotar a un enemigo inexistente —Estados Unidos no proyecta una invasión terrestre—, sino preservar capacidades para una fase posterior de la confrontación. En ese desplazamiento se revela la esencia de la estrategia: sobrevivir a la salida del poder, esperar el desgaste de la transición democrática y regresar cuando el tablero político vuelva a abrir espacios.
La frontera como refugio estratégico
La geografía se convierte aquí en metáfora y en recurso. La frontera con Colombia —escenario históricamente poroso, espacio de insurgencias, contrabandos y alianzas criminales— se transforma en territorio de repliegue. No es un lugar de defensa nacional, sino un espacio desde donde se pretende asegurar la continuidad de redes ilícitas y alianzas con actores como el ELN o las disidencias de las FARC.
Lo que está en juego no es el control de Miraflores, sino la preservación de un núcleo criminal-político que garantiza la permanencia del poder. En esta lógica, el “centro de gravedad” del régimen no está en Miraflores sino en ese espacio binacional que ofrece refugio, anonimato y complicidades.
Defensa, tiempo y política
Las grandes tradiciones de la teoría militar coinciden en señalar que la defensa es, en términos estrictos, la forma más fuerte de la guerra: permite conservar fuerzas, aprovechar el terreno, ganar tiempo. Pero en este caso la defensa no es un fin en sí mismo, sino un medio para asegurar una ofensiva futura contra el gobierno democrático surgido el 28J, con escaso control sobre instituciones militares y administrativas.
Así, lo que Padrino presentó como despliegue patriótico se entiende mejor como una estrategia retardatriz, diseñada no para confrontar a Estados Unidos, sino para condicionar el escenario de la transición democrática en Venezuela.
La paradoja del repliegue
El problema, sin embargo, es que este cálculo encierra una paradoja. Al concentrar fuerzas en la frontera —Zona de Paz Número 1—, el Cártel de los Soles abandona simbólicamente la capital, cediendo el centro político y administrativo del país. La operación defensiva, que busca preservar poder, termina revelando debilidad: expone que el narcoestado carece de capacidad de enfrentamiento directo con Estados Unidos y que su única esperanza reside en prolongar la incertidumbre y refugiarse en la Zona de Paz.
El repliegue es, entonces, una confesión: el poder ya no se ejerce desde el Estado, sino desde una red criminal terrorista que sobrevive en los márgenes del territorio nacional.
Fricción y contingencia
La tradición estratégica también advierte sobre lo imprevisto: deserciones, rupturas en las alianzas, cambios en la moral de las tropas, presiones internacionales inesperadas. El cálculo de que la administración Trump limitará su acción a operaciones quirúrgicas puede resultar cierto en el plano doctrinal, pero no contempla la fricción que inevitablemente altera los planes. Una operación precisa contra los líderes del cártel podría desmoronar la arquitectura defensiva antes de que logre consolidarse en la frontera.
Más allá de la geografía militar
El futuro de Venezuela no se definirá por la cantidad de batallones desplegados en la frontera sino por la capacidad de desarticular el núcleo criminal que sostiene al régimen. La batalla, en este sentido, no es geográfica sino política: se libra en la tensión entre la posibilidad de una transición democrática y la persistencia de un narcoestado que encuentra en la defensa una forma de aplazar su ocaso. Porque la guerra, que siempre es continuación de la política por otros medios, revela aquí su desnudez: se trata menos de defender una nación que de proteger una empresa terrorista criminal global, esperando que el tiempo y la confusión le permitan volver a irrumpir en Miraflores como sucedió con Hugo Chávez el 13 de abril de 2002.
Epílogo
La escena venezolana nos recuerda una lección constante de la historia: los regímenes que trasladan su fuerza desde el centro del poder hacia la periferia —guerra irregular— están, en realidad, confesando su vulnerabilidad. La frontera es su refugio, pero también su condena. Lo que se juega hoy no es únicamente el destino del Cártel de los Soles, sino la capacidad de una nación para recuperar su soberanía frente a la lógica de la criminalidad organizada global.
En esa tensión entre el repliegue defensivo y la posibilidad de una ofensiva diferida se dibuja el futuro inmediato de Venezuela: consolidar la transición democrática, o quedar atrapada entre el colapso del cártel y la sombra de una guerra de guerrillas.
Antonio de la Cruz
Director ejecutivo de Inter American Trends