“Estén siempre atentos y listos para lo que venga, pues su enemigo, el mal, anda buscando a quien destruir. ¡Hasta parece un león hambriento! Resistan los ataques del mal; confíen siempre en Dios y nunca duden de él”.
Pedro 5:8-14 TLA
La democracia, como ese milenario juego oriental GO de fichas que se disputan el espacio —más parecido a la lenta erosión de un río sobre la roca que a la estridencia de un jaque mate—, se decide por acumulación de territorio, no por la caída de un rey. En la Venezuela de Nicolás Maduro, las potencias del mundo están actuando bajo esta lógica del cerco paciente: no se trata de derribar al régimen de un golpe fulminante, sino de irle cercenando, palmo a palmo, la respiración política.
Territorio cercado
El Palamento de la Unión Europea, al declarar al país jurisdicción de alto riesgo financiero, clava sus piedras en los vértices más sensibles: el dinero y la confianza bancaria. La Corte Penal Internacional, con su voz pausada y su martillo de justicia universal, abre caminos procesales por crímenes de lesa humanidad. China, que suele hablar poco y ejecutar mucho, lo aparta de los beneficios diplomáticos —un silencio que retumba más que cien discursos—, y Estados Unidos, fiel a su pragmatismo, aprieta con sanciones y licencias que se conceden o se retiran como puertas que se abren y se cierran en una fortaleza.
No es un asalto frontal: es la lenta invasión del espacio simbólico, jurídico y económico donde el régimen solía moverse con soltura. Cada piedra colocada reduce un respiradero, delimita un flanco, convierte el vasto tablero venezolano en un laberinto que se estrecha.
El arte del encierro sin disparar un tiro
En esa conquista del espacio sin choque oriental de más de 3.000 años, se maniobra para rodear al adversario hasta inmovilizarlo, aislando sus posiciones. Así, el Parlamento Europeo corta el oxígeno financiero; la judicialización internacional siembra temor entre generales y empresarios; Pekín deja claro que ya no ve en Caracas a un socio fiable; Washington demuestra que la bonanza pétrea de Chevron puede evaporarse de la noche a la mañana. El régimen, que creía nadar en aguas profundas, ha decubierto que nada en una pecera.
Paciencia y gota de agua
Nada de esto ocurre con la prisa de un golpe de Estado; ocurre con la constancia del goteo que perfora la piedra. La CPI tardó años en acusar al líder supremo y presidente del tribunal supremo de los talibanes o al expresidente filipino Rodrigo Duterte, pero la espada cayó. Y mientras Maduro se envuelve en banderas y desfiles, el terreno moral y diplomático que lo sostiene se desmorona bajo sus botas.
Sacrificios que abren camino
En el juego milenario de las piedras blancas y negras, a veces se entrega una ficha para conquistar un enclave mayor. Cuando Estados Unidos revoca la licencia a Chevron, todos pierden ingresos inmediatos, pero el régimen pierde la arteria que alimentaba su clientelismo, la represión y la corrupción. Europa, al cerrarles a sus testaferros los paraísos financieros, provoca quiebres internos cuya onda expansiva no controla la cúpula militar que lo sostiene.
El poder del silencio
Nada retumba tanto como el silencio que comunica. China no necesita discursos altisonantes: basta con excluir a Venezuela del régimen de entrada sin visado, y el mensaje se propaga con la eficacia de un telegrama geopolítico. La Corte Penal Internacional avanza en su causa con la discreción de una daga bajo el manto legal; su sola existencia inquieta a los perpetradores de crímenes de lesa humanidad. Bruselas no pontifica: responde con cifras y evaluaciones técnicas, desarmando con precisión quirúrgica la retórica oficialista.
Alianzas invisibles
En apariencia, Bruselas, La Haya, Pekín y Washington caminan por senderos divergentes; en la práctica, sus pasos convergen como hilos que tejen un nudo corredizo. A las fuerzas democráticas venezolanas les basta con no estorbar esa confluencia: una red de presión sostenida vale más que mil declaraciones inflamadas.
Epílogo
Venezuela no libra una contienda convencional, sino una pugna entre la sociedad civil democrática y una organización criminal enquistada en el poder. No se trata de capturar al rey, como en el ajedrez, sino de arrebatar al adversario su espacio vital. El régimen de Maduro aún se reviste de galas militares y consignas vacías, pero cada día le queda menos terreno que administrar. En esta partida de resistencia silenciosa, las democracias del mundo —y también China, con su juego paciente de márgenes y equilibrios— han comenzado a ocupar los puntos clave del tablero. Bastarán unos pocos movimientos más para que el cerco se complete, sin que se haya disparado un solo tiro. Y cuando eso ocurra, lo que caerá no será solo un régimen: será el desmantelamiento definitivo de un Estado mafioso-criminal.