Si usted encuentra a un lingüista encerrado en sí mismo, entregado a sus reflexiones más íntimas, y se le ocurre interrumpirlo, es muy probable que se lleve una sorpresa: constatará una vez más que “esa gente no es normal”, que, en su silencio, no albergan fantasías sexuales ni sueños de riqueza, inquietudes típicas del resto de los mortales. No. Ellos son fieles a su vocación, y sus desvelos son atinentes a sus obsesiones con el lenguaje.
Todo esto viene al caso por mi reciente encuentro con Pablo. Su frente cejijunta denotaba un grado especial de concentración y su mirada perdida era el reflejo del sostenido esfuerzo mental que estaba realizando.
—¿Qué os pasa, qué os acongoja, queréis que os…? —le solté, esperando completar el mal chiste—. ¿En qué piensas? Estás muy abstraído.
Su mirada volvió a este plano de la realidad y, al hacer contacto visual, aparecieron sus características lucidez y picardía. Curiosamente, me respondió con una sola palabra:
—¡Adverbios! —Y me preguntó de inmediato—: ¿Quién, que tenga un mínimo interés por este idioma, no les ha dedicado su máxima atención, así sea por un rato?
Y allí despegó el hombre:
—¿A ti no te llama poderosamente la atención que ese poderosamente se haya limitado casi de forma exclusiva a esa locución adverbial? Porque a nadie le gusta “poderosamente” la sopa o disfruta “poderosamente” en sus vacaciones, pero casi siempre le llama “poderosamente” la atención lo que sea.
—Es cierto, y solo un tipo como tú me hace esta clase de observaciones —le dije con aire reflexivo—.
—Es que los adverbios han sido el “pariente pobre” en materia de análisis lingüísticos —continuó— y eso deja de lado toda la creatividad que pueden expresar. Manolo García, el brillante cantautor español, en Como un burro amarrado a la puerta de un baile, comienza así: “Me dices good bye en tus notas tan ricamente…”. Y ese adverbio es todo un hallazgo ahí. —Inesperadamente, Pablo comenzó a cantar en voz alta—: Tiene nombre de persona buena/ Clara mente no es como suena/ Tiene nombre de persona buena/ Clara mente/ Es igualita que tú —y agregó en tono muy lúdico—: ¿Viste que Shakira también sabe lo que se puede hacer con un adverbio?
—Sí —le respondí, asombrado por su afinación casi exacta—, efectivamente, hay juegos de palabras que acaban con algunos estereotipos en el campo de los adverbios. Por ejemplo, “estoy perfectamente en desacuerdo contigo”, muy del gusto del finado poeta Efraín Valenzuela. O cuando Cortázar afirma: “No me extraña, porque la marquesa es descabelladamente buena”. Dámaso Alonso, en La voz del árbol, comparte esta preciosidad: “¡Oh suave, triste, dulce monstruo verde/ tan verdemente pensativo, con hondura de tiempo, con silencio de Dios!”, y Miguel Hernández no se queda atrás y nos comenta: “Que en las tinieblas azulmente crece”.
»En Viaje a la Alcarria, el premio Nobel Camilo José Cela echa por tierra la mala fama del adverbio como “vicio de construcción”, así lo han considerado algunos sabihondos que dictan talleres de narrativa, permitiéndose colocar consecutivamente no dos, sino hasta tres adverbios. Y se queda tan ancho: “Don Paco es un hombre joven, atildado, de sano color y ademán elegante, pensativo y con una sonrisa veladamente, levemente, lejanamente triste”.
—Hay mucho que esperar de unas palabras tan potentes que hasta llegan a definir nacionalidades —dijo Pablo, subiendo el volumen—, porque, dónde sino en Colombia se habla de algo “supremamente” difícil, “de veras” solo se escucha en México y hablando “en plata” solo en España.
Recordé entonces lo que alguna vez me señaló mi amigo chileno. “Impajaritablemente”, tenía que ser Fernando, aunque él ya sea “impepinablemente” más español que otra cosa. “Es ‘harto’ complicado”, empezó diciendo en aquella ocasión, “la gramática de siempre define así al adverbio, en el Diccionario de la Lengua Española: ‘m. Gram. Clase de palabras cuyos elementos son invariables y tónicos, están dotados generalmente de significado léxico y modifican el significado de varias categorías, principalmente de un verbo, de un adjetivo, de una oración o de una palabra de la misma clase’”. Como buen chileno, Fernando era como Bolaño, de una memoria impresionante. Y todo sonó tan complicado y a la vez tan inocente. La verdad es que las “aguas adverbiales” son teóricamente tranquilas, pero muy peligrosas en la práctica: experimentados capitanes han naufragado allí sin remedio por ligereza y exceso de confianza. Delio Amado León, querida figura de la narración deportiva en Venezuela, en una ocasión cuando en el campo de juego ya no caían gotas tan pequeñas, se lanzó con un: “Señores, prácticamente está lloviendo”.
—¿Y por qué la “mente” acompaña con tanta frecuencia a los adverbios, sin olvidar que hay muchos que no utilizan ese sufijo? —reflexioné en voz alta—. Serena mente, clara mente, franca mente. Todos indican una actitud, una disposición mental. Luego se pierde esta asociación y comienzan a escribirse juntos, y a partir de ese momento ya “mente” sirve para componer casi cualquier adverbio. Y digo “casi”, porque se puede decir “mayormente”, pero jamás “menormente”; “sobriamente”, pero no “ebriamente”; “primeramente”, pero nunca “segunda o terceramente”. Y piensa que nuestros adverbios se construyen con el adjetivo femenino. Quizás porque mēns en latín es un sustantivo femenino.
Pablo pareció sentirse muy a gusto con mis comentarios y quiso agregar, entusiasmado:
—En materia de adverbios, la lucha entre los estereotipos y la originalidad se ha mantenido viva desde el primer día. Claro está, la única muletilla no se conforma solo con “poderosamente”. Fíjate, yo le podría decir a mi novia que está “lisa y llanamente” equivocada, que mi posición es “diametralmente” opuesta a la suya, porque me opongo “radicalmente” a que me vigile tan “celosamente”. Ella sabe que no me puede prohibir “terminantemente” que hable “elocuentemente” y, aunque llueva “torrencialmente”, eso no impedirá que estemos “rematadamente” locos porque estamos, a la vez, “perdidamente” enamorados de la vida. Casi que me era “materialmente” imposible terminar pero después de luchar “denodadamente” pude “literalmente” calmarme, aunque eso no implique que, de ahora en adelante, vaya a cerrar “herméticamente” mi boca, ni que vaya a comer “frugalmente” lo que “esforzadamente” traemos a la casa, cuando nuestros gatos nos reciben “felinamente” contentos cuando cruzamos la puerta. ¿Viste? —Y una sonrisa de orgullo se pintó en su rostro por el despliegue de su talento al jugar con el lenguaje— ¡Claro que “textualmente” se puede hacer lo que sea con los adverbios!
—¡Pablo! —le dije— ¡Eres “realmente” sorprendente! —Y la imagen de Barney, el dinosaurio morado de los niños, apareció en la sala de la casa.
Entonces llegamos a un acuerdo: así como el pensamiento rutinario y convencional nos impone esos adverbios desgastados, siempre podremos contar con los poetas y su creatividad para que la gracia y el color ocupen el lugar que les corresponde en esa parte de la oración. Qué suerte que Vicente Aleixandre nos diga de las olas: “Aquí rompen/ redondamente y quedan mortales en las playas” y también: “Vela cóncavamente sobre el titánico esfuerzo”; y el granadino Luis Rosales nos avise que “no conoce apenas si era clavel, si era rosa, si fue azucenamente hacia la tarde”.
Pero, “finalmente”, cuando pienso en adverbios y creatividad poética, nadie lo ha logrado tan “bellamente” como Gloria Fuertes, cuando me dijo “inspiradamente” al oído: “Yo quisiera ser luminosamente tuya/ y soy oscuramente mía”.
La entrada ¡Adverbios! se publicó primero en El Diario.